lunes, 23 de diciembre de 2013

Especial de Navidad, 23 de Diciembre del 2013


Por fin llegó el día!!!!!!
Carta a Papá Noel, ¡Hecho!
Carta a los reyes, ¡Hecho!
Galletas en el horno emmmm bueno, las de caja están muy bien... (por el bien de mi cocina).
Villancicos sonando, ¡Hecho!
Nieve cayendo, ¡Hecho!
Árbol colocado e iluminado, ¡Hecho!

Así que lo único que quedaba y que ya lo fui avisando estos días, es que a partir de hoy y hasta el día 6 de enero del próximo año (Siempre me suena raro decir esto jajaja) se celebrará en el blog un "especial navideño".
Cada día subiré una novela romántica navideña distinta, y durante estos primeros tres días, se tratará de la Antología "Otras Historias para una Navidad".
Hoy, traigo "La magia de Navidad" de Mary Lynn Baxter.


Publicada en la antología "Otras historias para una Navidad" (Silhouette Christmas Stories 1992)
Título: La magia de la navidad (1993)
Título Original: Joni's Magic (1992)
Autor: Mary Lynn Baxter
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección:  Internacional 87
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Lacy Madison y Boothe Larson

Sinopsis

Un hombre y su perro: esa es la suma que Boothe Larson se impuso en su autoexilio en los bosques de Arkansas. Todos los visitantes se alejaron de la cabaña solitaria. Pero entonces una niña le trajo la magia, y también lo hizo su madre, Lacy Madison. Es la magia de la Navidad... y se llama amor verdadero.

Capítulo Uno

Lacy Madison miró la pila de libros colocada sobre el mostrador y sonrió. Su idea de montar una sección de préstamo de libros había resultado un completo triunfo. El negocio de la tienda aumentaba día a día. Estaba contenta y era un buen momento para ello, ya que se acercaba la Navidad.
Cogió el libro situado encima de todos y empezó a hojearlo. Había llegado casi al final cuando se encontró con un sobre. Frunció el ceño y lo examinó. Era un sobre bancario, pero no veía el nombre del dueño. Extrajo el contenido y una hoja de papel cayó al suelo.
Se inclinó, la recogió y, al examinarla, se ruborizó. Se trataba de una carta personal, dirigida a un cliente nuevo de su tienda. Lacy no conocía todavía al misterioso Boothe Larson, pero Sue, su ayudante, lo había definido como un hombre guapo, pero bastante introvertido.
Lacy comprendía esa actitud. Después de dos años, seguía todavía intentando olvidar su doloroso pasado. Años atrás, se creyó la más afortunada de las mujeres al casarse con un ejecutivo joven y brillante, al que no hacía mucho que conocía.
Tal vez hubiera estado buscando algo nuevo en su vida. Después de cuatro años en la universidad, no sabía todavía a qué quería dedicarse. Trabajó como secretaria en una compañía de abogados, pero no le gustó. Artística por naturaleza, le gustaba trabajar con las manos, pero sus padres, antes de morir en un accidente de coche, creían que eso era una tontería e intentaron convencerla de que el único modo de sobrevivir en este mundo era tener un trabajo fijo bien pagado.
Lacy contempló su matrimonio como algo nuevo y excitante. Y los primeros años fue feliz. Pero luego, su esposo no consiguió un ascenso que esperaba y empezó a beber. Se volvió cada vez más difícil y la vida de Lacy y de su hija llegó a hacerse insoportable.
Desesperada por abandonar la ciudad y empezar una nueva vida, aceptó una oferta de una amiga de su madre. La mujer quería alguien que se hiciera cargo de su librería con opción a compra y Lacy no lo dudó ni un segundo.
Y no se arrepentía de ello. Camden, Arkansas, había resultado ser un paraíso en la tierra, la ciudad era el centro de una zona turística rural situada en las hermosas montañas de Ozark. Toda la región era un sueño para un artista. Magníficos pinos y otros árboles de hoja perenne daban sombra a amplios arroyos que albergaban multitud de percas y truchas. Y los pescadores que acudían gastaban dinero en la ciudad.
En cuanto estuvo instalada, decidió utilizar su talento artístico y aprendió a trabajar con cristal. No tardó en especializarse en la elaboración de pequeñas lámparas de formas extrañas que cortaba y moldeaba con amor.
En aquel momento estaba ya decidida a vender las lámparas a las tiendas para poder sacar dinero suficiente para comprar la librería. Miró a su alrededor con orgullo. La librería, resultaba original y adorable. Los libros estaban colocados en estanterías antiguas y, entre ellos, se veían las lámparas con las que esperaba reunir dinero suficiente para alcanzar su objetivo.
—Mamá.
La voz de su hija la sacó de su ensueño. Sacudió la cabeza y, al darse cuenta de que todavía tenía el sobre en la mano, se lo metió en el bolsillo.
—Estoy aquí, querida.
Aunque hacía horas que se había levantado, había dejado a su hija dormida en el apartamento de arriba. Miró su reloj y vio que eran las nueve en punto. Apenas le quedaba tiempo de poner en su sitio los libros devueltos el día anterior antes de abrir la tienda a las diez.
Joni se acercó a ella. Llevaba puesto el chándal rojo que Lacy le había dejado extendido a los pies de la cama. La parte superior tenía una imagen de Papá Noel pintada en el frente.
La joven sonrió y tendió los brazos.
—Hola, preciosa —dijo, abrazándola—. ¿Has dormido bien?
—Muy bien —repuso la niña, sonriente.
—¿Quieres cereales? —dijo, alisándole el pelo—. ¿Te has lavado los dientes?
—Sí.
—Estupendo.
Su hija de cuatro años era inteligente, precoz y un reto constante para Lacy. Pero ella adoraba aquel reto y estaba decidida a hacer de ella una persona responsable y productiva.
Sin embargo, la tarea no era fácil. A veces yacía despierta toda la noche y sentía que sus responsabilidades le pesaban como una losa. Entonces deseaba poder tener a alguien que compartiera sus cargas, un hombre al que amar. Pero no era así y no había nada que hacer.
Joni la cogió de la mano.
—¿Cuánto tiempo falta para que venga Papá Noel?
—Tres semanas, querida —respondió ella, automáticamente.
Su hija le había hecho aquella misma pregunta unas mil veces desde que terminara el día de Acción de Gracias y las tiendas empezaran a llenarse de decoraciones navideñas.
—He soñado con él, mamá.
—Dime lo que has soñado —repuso Lacy, llevándola hasta la parte trasera de la tienda desde donde salía una escalera que conducía a la vivienda.
Para Lacy, la casa había resultado ser una bendición. Decoró aquel espacio pequeño con una variedad de muebles, algunos de mimbre y otros antiguos, y consiguió un efecto muy agradable, con gran variedad de plantas vivas y unos cojines floreados sobre los sillones.
—Vamos, cuéntame tu sueño —musitó cuando tuvo a Joni sentada a la mesa de la cocina delante de un plato de cereales.
La niña dejó la cuchara y murmuró excitada:
—He soñado que Papá Noel bajaba por la chimenea.
—Eso está muy bien —repuso su madre, muy seria—. ¿Y eso es todo?
La niña se echó a reír.
—No. Se quemaba el culo, mamá.
—¡Joni! ¿Dónde aprendes a hablar así?
La aludida se encogió de hombros y entonces oyeron pasos en la escalera.
—¿Sue? —preguntó Lacy.
—La misma —repuso Sue Petty, entrando en la estancia.
—Hola, Sue —dijo la niña—. ¿Sabes una cosa? He soñado que Papá Noel bajaba por la chimenea y se quemaba el culo.
La aludida la miró un momento sorprendida y después se echó a reír.
Lacy extendió las manos con aire impotente.
—¿Qué quieres que diga? —preguntó.
—Nada —repuso su amiga—. Yo tengo una en casa que es igual de descarada.
Lacy agradecía todos los días a su buena estrella el haber podido encontrar a Sue. Aquella mujer regordeta y morena no sólo era una vendedora nata, sino también una amiga. La conoció el mismo día en que abrió la tienda y la otra entró a preguntarle si necesitaba ayuda. La contrató al segundo. Lo que contribuía todavía más a mejorar su relación era el hecho de que Sue tenía un hijo un año mayor que Joni.
Cuando Lacy necesitaba salir, ella podía hacerse cargo de la pequeña.
—¿Quieres una taza de café? —le preguntó.
—No. Creo que voy a abrir la tienda.
—Ah, siéntate. Todavía es temprano.
Sue sonrió y se sentó a la mesa.
—¿Podrás arreglártelas sola un rato esta mañana? —preguntó Lacy.
—Por supuesto.
—Tengo que ir a Harrison a comprarle unos zapatos a Joni.
La niña aplaudió.
—Estupendo. A lo mejor vemos a Papá Noel.
—A lo mejor —dijo su madre, retirándole el plato vacío de cereales—. Ve a buscar el cepillo para peinarte.
La niña se acercó a la puerta y luego se volvió hacia ella con la cara muy seria.
—Mamá, papá no vendrá para Navidad, ¿verdad?
Lacy sintió un nudo en la garganta.
—No, cariño, no vendrá. Ya lo sabes —repuso con cierta dureza.
Joni dejó caer la cabeza, pero un segundo después miró sonriente a Sue.
—¿Podrá venir Melody a mi casa a recoger su regalo?
—Por supuesto —asintió la mujer, sonriente—. Y luego puedes venir tú a la nuestra a recoger el tuyo.
Lacy tragó el nudo que tenía en la garganta.
—Eso suena muy divertido. Pero vete ya a buscar el cepillo.
—Está algo confusa —dijo Sue, cuando la pequeña salió de la estancia.
—Más de lo que tú te crees.
—Echa de menos a su padre.
—Sí, así es.
—¿Hay alguna posibilidad de que volváis a juntaros?
Lacy la miró con ojos llorosos.
—No.
Se hizo un silencio. Sue carraspeó un poco y dijo:
—Nunca me has dicho nada y no te lo he preguntado, pero como amiga que os quiere a las dos, me gustaría saber qué te pasó con tu ex.
Lacy se apoyó contra la mesa y suprimió un escalofrío.
—Escucha… olvida que te lo he preguntado.
—No, no importa. Quiero que lo sepas. Después de un divorcio largo y difícil, empezaba a recuperarme cuando mi ex secuestró a Joni y la sacó del estado. Ella tenía dos años.
—¡Oh, Dios! ¡Qué horror!
—Utilicé mis ahorros para contratar a un detective privado que terminó por encontrarlos. El padre de Joni fue detenido en el acto y condenado a una pena de cárcel —continuo Lacy, con voz casi inaudible—. En cuanto pude, hice las maletas y me vine aquí. Ya conoces el resto.
Sue pareció que iba a decir algo, pero no lo hizo. Terminó su café y luego la miró.
—No todos los hombres son como tu ex marido, ¿sabes?
Su amiga respiró hondo y se esforzó por sonreír.
—Probablemente no, pero soy demasiado cobarde para comprobarlo.
Sue sonrió.
—No se puede trabajar siempre; hay que divertirse alguna vez. Tú tienes mucho que ofrecerle a un hombre. Billy quiere que salgas con un amigo de su trabajo.
—Dale las gracias a tu marido, pero no me interesa.
—Bueno, no es Boothe Larson, desde luego —prosiguió Sue, ignorando su comentario—, pero no está mal.
Lacy metió la mano en el bolsillo y tocó el sobre con la mano. Tenía que acordarse de enviárselo por correo.
—Hablando de ese cliente, ¿cuántas veces ha estado en la tienda?
—Sólo un par de ellas.
—No puedo imaginar por qué viene aquí.
Su amiga frunció los labios.
—Creo que está solo. En la ciudad se dice que solía ser un guardabosques que combatía fuegos y ahora, nadie sabe por qué, pero vive como un recluso porque odia a la gente —hizo una mueca—. De lo último soy testigo. Cuando le presté el libro, me miró con una mueca en la cara que me recordó a un oso viejo que tuviera una pata herida.
Lacy se echó a reír.
—Me gustaría haberlo visto.
—No, no lo creo.
—Mamá, ¿qué es lo que te hace tanta gracia? —preguntó Joni desde el umbral.
—Nada, cariño. Son cosas de adultos.


Treinta minutos más tarde, Lacy se sentaba al volante de su Honda.
—Mierda —murmuró al darse cuenta de que todavía llevaba en el bolsillo el sobre del banco.
Joni contuvo el aliento y se tapó la boca.
—Oh, has dicho una palabrota, mamá.
—Tienes razón. Lo siento mucho.
—Vámonos a ver a Papá Noel.
Lacy puso el motor en marcha y empezó a pensar. Puesto que no había echado el sobre al correo, ¿qué pasaría si se lo devolvía personalmente? Probablemente, nada. Además, hacía una mañana estupenda para conducir. Salió del aparcamiento y apretó los dientes. Después de todo, la curiosidad mató al gato.


Hasta aquí el primer capítulo, si os ha gustado y queréis cotinuar leyendo esta pequeña novela navideña, solo tenéis que pedírmelo y os lo mandaré.
Mañana, la siguiente. Un saludo.

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