domingo, 5 de enero de 2014

Especial de Navidad, 5 de Enero del 2014 (Doble Publicación)


Hola de nuevo!!
He estado desaparecida estos día pero ya he vuelto y con doble publicación para compensaros.
Así que hoy, acabaremos la Antología "Cuentos de Navidad" con las novelas "Navidad en Australia" de Margaret Way y "La Primera Navidad de Sarah" de Rebeca Winters.


Antología Cuentos de Navidad 2000
Título: Navidad en Australia (2000)
Título Original: Outback Christmas (1999)
Autor: Margaret Way
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Internacional 229
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Kelvin y Rowena Warrender

Sinopsis:

Después de una separación y del descubrimiento de que alguien había intentado arruinar su feliz matrimonio, la tranquilidad y la soledad de las llanuras australianas parecían el lugar ideal para que el espíritu de las fiestas obrara su hechizo y consiguiera que Rowena y Kelvin comprendiesen que valía la pena luchar por el amor.

Capítulo Uno

La sala de convenciones se hallaba casi llena cuando Ronnie llegó diez minutos tarde y sin aliento. El Primer Ministro se encontraba presente, junto con el ministro de Industria, un senador, representantes de la Unión de Ganaderos y muchos industriales que habían llegado de todos los rincones de las llanuras de Queensland para discutir sobre lo que sucedía con la industria cárnica. Querían hacerle llegar al gobierno la preocupación que tenían y con suerte encontrar algunas estrategias necesarias para encarar el nuevo milenio. Al ser el mayor productor de carne del mundo, Australia, igual que el resto de países productores de carne, padecía un revés en dicho terreno y las convenciones como esa recibían la máxima prioridad.
Tal como se esperaba, los medios escritos y televisivos daban cobertura a la ocasión. Ronnie los conocía a todos. Eran sus colegas. Con la vista abarcó rápidamente la sala repleta y se esforzó por pasar junto a una figura masculina especialmente alta que parecía sobresalir por encima de todos.
Al final vio a dos de sus camaradas. Había un asiento vacío entre ellos, como si se lo estuvieran guardando a ella. Y así era. Muy poca gente lo cuestionaría. Rowena Warrender empezaba a labrarse un nombre en el mundo de las noticias televisadas. No se trataba exactamente de un talento nuevo, ya que llevaba un par de años trabajando para la principal cadena de televisión de Brisbane antes de su resonado matrimonio con Kel Warrender. En aquella época él era uno de los solteros más codiciados del país, hijo y heredero de sir Clive Warrender, el más pintoresco y controvertido de los magnates del ganado.
En ese momento, cuando se decía que su «espléndido» matrimonio se tambaleaba, había regresado a su antigua cadena de televisión para incorporarse al equipo de noticias. Era inteligente, ecuánime, una mujer ya, y no la joven de rostro fresco que había sido.
Además, era una buena periodista y una entrevistadora experta, con un talento natural para conectar con la gente con la que hablaba. Y lo mejor es que quedaba maravillosa ante las cámaras, con su pelo dorado, sus ojos castaños y una voz cautivadora llena de matices. En resumen, poseía el don para atraer al público y, en el proceso, subir en los niveles de audiencia. Para sus jefes del Canal 8, Rowena Warrender era pura magia.
A unos metros de ella, impaciente por que comenzara todo, se encontraba Owen Humphries, el jefe del departamento político de The Courier. Giró la cabeza y vio a Ronnie, que se acercaba nerviosa. «Por su marido, desde luego», pensó Owen con simpatía. Él tampoco había salido ileso de su ruptura matrimonial. Como uno de los potentados del mercado ganadero del país, Warrender estaría presente y sin duda participaría en los debates.
—Eh, Ronnie —llamó, señalando el asiento que había entre Josh Marshall, el famoso presentador de televisión, y él—. Aquí tienes un asiento.
La pobre daba la impresión de poder desplomarse sobre la silla. Todo el mundo en la profesión conocía su triste historia. El matrimonio fallido que había comenzado de manera fulgurante en un torrente de publicidad. Se decía que la pequeña Tessa, de cinco años, al parecer muy traumatizada por la separación de sus padres, se había convertido en una muda que solo hablaba con su madre y con un amigo imaginario. La niña poseía una inteligencia elevada. Owen la había visto con su madre en varias ocasiones.
Tessa Warrender era una jovencita preciosa, pero, como su madre, tenía el corazón roto. Él conocía a la persona vulnerable que se ocultaba detrás de la encantadora fachada de Ronnie.
Como siempre, se la veía magnífica. Todos los hombres de la sala se volvieron a mirarla. Salvo Warrender. A Owen no le extrañó. Se rumoreaba que la separación los estaba desgarrando a los dos.
Ella avanzó en dirección a sus amigos mientras se apartaba el pelo de la cara. En el exterior soplaba un viento fuerte, típico de septiembre. Se había retrasado por quedarse a hablar con la maestra de Tessa, una joven adorable y simpática, y con la psicóloga del colegio, a punto de arrojar la toalla ante la determinación de la pequeña de guardar silencio. Todo el mundo se afanaba por ayudar a su hijita. Sin éxito. Ningún esfuerzo conseguía hacerla hablar.
Por suerte, las compañeras de clase encontraban su «diferencia» exótica. La querían mucho y no se burlaban de ella. Aun así, Tessa era la primera de las alumnas. Incluso había ganado un premio por su extraordinaria habilidad como dibujante. Un libro maravilloso lleno de ilustraciones de hadas y elfos en el reino de la maravilla. También Tessa vivía en su pequeño mundo secreto, que para su madre era fuente de mucha preocupación y angustia.
Josh le sonreía, sin hacer intención de cambiar de asiento… los dos la querían en medio, de modo que tuvo que pasar por delante de las generosas rodillas de Owen, a pesar de que las movió a un lado para hacerle sitio. Era una especie de sibarita de la cocina. Alguien había dicho que no pasaría de los cincuenta si no reducía las grandes cantidades de platos exquisitos y vinos selectos que ingería. Josh, de rostro delgado y atractivo, era su opuesto, y mantenía las distancias con la buena mesa, un esclavo de la excelente condición física y siempre perfecto ante el ojo implacable de la cámara.
—Veo que tu ex está aquí —advirtió Josh con tono de simpatía y protección. Desde su regreso al trabajo sentía pasión por Ronnie.
—No es mi ex, Josh —corrigió con una mueca de dolor—, y tú lo sabes.
—Es solo cuestión de tiempo. Está ahí.
—Cuesta pasarlo por alto —gruñó Owen—. Es demasiado atractivo. Debe ser maravilloso tener ese aspecto y todo ese dinero. Mejor aún, poseer el cerebro y la energía que necesita este país. He de confesar que tengo ganas de oírlo hablar.
Ronnie se alisó la falda corta de su traje rosa y se acercó el bajo a las rodillas.
—No hay nadie mejor —comentó lacónica—. Uno de las grandes virtudes de Kel es avivar el entusiasmo de la gente.
Kelvin Clide Warrender. Un hombre extraordinario. Tenía la piel oscura de pasar la vida bajo el cegador sol de las llanuras y el tupido pelo negro con cierta ondulación. Siempre le había encantado cuando le crecía. Sus ojos eran de una claridad extraordinaria, que iban del plata al gris oscuro, pómulos duros y altos, que acentuaban sus rasgos, aunque exhibía una severidad nueva en su magnético atractivo. Luego surgía la sorpresa inagotable de su sonrisa. Como el sol al salir detrás de una nube. ¿Cuántas veces la había cegado con esa sonrisa?
Incluso sin el asombroso magnetismo de su atuendo cotidiano de ganadero, parecía increíblemente dinámico. Kel era único.
Para la conferencia se había vestido como los demás, aunque no con tanta seriedad. Llevaba un traje gris carbón de lana australiana, de eso Ronnie no tuvo dudas, una cara camisa blanca con rayas azules y una elegante corbata rojo rubí con puntos dorados. Con un metro noventa, sobresalía por encima del grupo con el que hablaba. Todos los rostros lo miraban con atención y respeto. Aparte de su poderosa y aguda inteligencia, deslumbraba de tal manera que a la mayoría de la gente le costaba no mirarlo fijamente. Era como verse atrapado en algún campo gravitatorio.
No había un sitio seguro donde ocultarse.
Kelvin Clive Warrender era un hombre que encendía pasiones. ¿Quién iba a saberlo mejor que ella? En el pasado la pasión que despertó en ella la había consumido. Sin límites. Desde el primer día había llenado su vida con el júbilo más dulce y salvaje. Cielos, ¿de verdad habían pasado siete años? Entonces su carrera ya estaba lanzada; la dominaba la energía y la intensa curiosidad que motivaban a los buenos reporteros. Fue su antiguo jefe, Hugh Denton, quien la envió a tratar de entrevistar a sir Clive.
Este, igual que su hijo, siempre tenía ojos para una mujer hermosa. Había descubierto que los dos emplearían cualquier medio que no incluyera la fuerza para conseguir lo que pretendían. Aunque tampoco necesitaban recurrir a la fuerza. Eran los hombres más dulces y, en última instancia, los más brutales, capaces de robar y aprisionar el corazón de una mujer.
El suegro de Ronnie, como su marido, poseía una naturaleza complicada. Los dos se habían descarriado, demasiado a menudo, pero quizá se debía a sus naturalezas apasionadas. En cualquier caso, los había querido a ambos. A un precio elevado. Kel la había atado en cuerpo, corazón y alma. Los ojos comenzaron a arderle y los apartó del que había sido su adorado esposo. Lo bueno que tenía era que amaba a su pequeña hija aunque no amara a su esposa. Al final Ronnie solo había representado una posesión para él.
Recordó la última y amarga confrontación, cuando por primera vez mostraron sus verdaderos sentimientos… una escena grabada para siempre en su memoria.
—Dejemos clara una cosa, Rowena —le había advertido con esa voz sosegada infinitamente más gélida por su propia serenidad—. Nunca, jamás, abandonaré los derechos que tengo sobre mi hija. Es una Warrender y ocupará su lugar en nuestro mundo. Y te recuerdo también que tú eres mi esposa. Las palabras sobre divorcio para mí significan poco. Eres mi esposa. Lo que tengo, lo retengo.
—¿Por qué no, cuando la posesión lo es todo para ti? —había asentido con amargura—. No creas que he olvidado que eres un gran propietario ganadero, y quítame las manos de encima —centelleó, con el cuerpo aún entonces confuso y agitado.
Pero él apretó las manos con más fuerza.
—Tu decisión de abandonarme solo sirve para dañarnos a todos, Rowena —la fría máscara de control empezó a agrietarse—. No piensas en Tessa. ¿Es que eres emocionalmente ciega? Estos últimos meses han sido terribles para ella y la han afectado hasta el punto de que se retrae como un pequeño animal en su caparazón.
Eso había encendido su indignación maternal.
—¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no me domina un pesar insoportable? Pero, ¿qué alternativa hay, Kel? Dímelo. ¿Que tolere tus miserables aventuras?
—Mi transgresión, Rowena —exhibió un rostro casi oscurecido por el dolor—. Una única y maldita noche en que mi estado de ánimo no habría podido estar más bajo. Sé que te sorprendió, pero he intentado repararlo de todas las maneras que conozco. Me estabas haciendo pasar un infierno. Te habías alejado de mí sin ningún buen motivo. Nada era normal.
Intentó abrazarla, pero ella se soltó.
—¿Tratas de decirme que para ti ya no significa nada? ¡Ni lo sueñes! Eres igual que tu padre —se enfureció—. Cualquier mujer atractiva es una presa para vosotros.
—Entonces, ¿por qué me amas? —la aferró por los hombros—. Eres muy hermosa, pero una diosa de hielo, santurrona, llena de prejuicios e incapaz de perdonar. ¿Qué fue de la joven apasionada con la que me casé? Llena de un amor ilimitado e incondicional. ¿Cómo diablos te convertiste en otra cosa? Ahora eres tan fría que bien podrías ser una monja.
—¡Ya es suficiente! —clavó unos ojos furiosos en él—. ¿Quién eres tú para hablar de amor? Nunca me amaste. Lo único que desperté en ti fue lujuria.
Entonces él alzó la mano, como si fuera a golpearla, pero incluso mientras el corazón se le encogía, Ronnie supo que jamás lo haría. Kel era un hombre con estilo. Lo habían educado para comportarse con perfecta cortesía con las mujeres y los niños. Era un caballero meticuloso. No obstante, no era verdad lo que había dicho, pero esa era la posición tan amarga que había alcanzado.
Luego hizo lo que Hilary, su cuñada, le aconsejó.
—Déjalo un tiempo, Ronnie. Sé que yo lo haría. Kel siempre ha conseguido todo a su manera. Haz que se detenga a pensar y note lo que ha perdido. Vete.
Y lo hizo. Huyó mientras Kel se hallaba fuera en viaje de negocios. Por lo que ella sabía, quizá se encontraba con Sasha, la mujer que nunca había salido del todo de su vida. Ni siquiera fue capaz de escribirle una nota. Dominada por la ira de la traición, dejó su hogar y al marido al que adoraba.


La vio en cuanto entró. Había que ser ciego para pasarla por alto. Rowena siempre había irradiado brillo. Su hermoso cabello dorado, el suave resplandor de sus ojos oscuros, que heredó de su madre italiana junto con su fabulosa piel cetrina, el cuerpo grácil que tan bien resaltaba su ropa elegante, esas piernas largas y esbeltas, todo su espíritu, tan luminoso… Rowena Warrender. Su esposa.
Se había trasladado con celeridad para sentarse antes de que el Primer Ministro inaugurara la conferencia, pero su cuerpo se movió más despacio nada más verlo.
«Vete. Déjame en paz, Kel», parecía decir. La verdad era que nunca la dejaría en paz. Formaba parte de su carne, de su ser, y ya nunca podría recuperar la autosuficiencia. Siguió su avance incluso cuando parecía que no lo hacía. Fue a reunirse con Owen Humphries, uno de los periodistas más conocidos y respetados del país, y con ese cabeza hueca de Josh Marshall.
Se concentró en este, interesado en su lenguaje corporal. No había duda al respecto. No hacía falta mucho para percatarse de que Marshall estaba enamorado de su esposa. La gran sacerdotisa de la santidad. Qué incauto al haber elegido a Rowena. Esta no se había relacionado con ningún hombre desde el terrible día en que lo dejó. Se mantenía informado de esas cosas. Con Rowena, cuando te equivocabas, te equivocabas. Otras mujeres perdonaban a sus hombres. Ella jamás.
—Jamás tendrías que haberte casado con ella en primer lugar, Kel —su hermanastra, Hilary, había intentado consolarlo a su no intencionada manera insensible—. No pienses que te culpo. Cuesta mucho no fijarse en Ronnie. Yo misma la quiero, pero no cabe duda de que sabe cómo hacer daño.
¿Daño? Debía haber otra palabra. Para él era como haber caído en el infierno. Las noches eran lo más duro. Por el día podía sumergirse en el trabajo. Su vida transcurría en una especie de trance. Como en ese momento. Ahí estaba con los principales ganaderos del país cuando su mente se hallaba concentrada en Rowena. Sabía muy bien cómo castigarlo. Y a la pobre Tessa, su pequeña princesa, de cabellos dorados como su madre pero con sus ojos grises. En el pasado estos habían reflejado un gozo y una serenidad enormes.
—Papaíto, papaíto, ¿puedes construirme una casa en un árbol?
Para su hermosa hijita él había sido un mago. Podía hacer cualquier cosa. Su última Navidad juntos como familia había sido mágica. En ese momento se acercaba otra Navidad.
No le había puesto las cosas fáciles a Rowena. Había conseguido el derecho a tener a su hija durante períodos de tiempo. En las próximas fiestas la iba a tener siete semanas. Estaba impaciente, aunque la pequeña, sumida en su trauma, nunca le hablaba. Lo besaba, dejaba que la abrazara, le rodeaba el cuello con sus bracitos, pero nunca hablaba. ¿Por qué? Lo consideraba responsable de la nueva y extraña vida que debía llevar.
No era Rowena que la manipulaba. Esta jamás haría algo semejante. Adoraba a su hija tanto como él. En tiempos recientes la había visto llorar al llegar a su límite. Pero nunca le había permitido compartir su pesar. Al acostarse con Sasha, diablos, ¿de verdad lo había hecho o era una de las fantasías de ella?, había destruido la confianza de su esposa. Pero maldita sea si pensaba dejar que se marchara.
Kel pensaba abordarla en cuanto terminara la reunión de la mañana. Si Rowena amaba a su hijita tanto como afirmaba, más le valía aceptar volver a Regina Downs al menos el tiempo que duraran las vacaciones del colegio. Al infierno con su trabajo. ¿Qué había tan satisfactorio en ser una reportera de televisión? Eran padres de una niña herida. Ambos debían encontrar una salida para la pequeña Tessa antes de que quedara atrapada en su mundo de silencio.


Poco después de la una, cuando la conferencia paró para almorzar, Kel la alcanzó cuando ella se dirigía a una salida. El monigote, Marshall, estaba con ella, casi pegado a su lado, pero Rowena captó el mensaje en sus ojos.
—Te veré más tarde, Josh —musitó, sin realizar intento alguno de presentarlos.
—¿Estás segura? —Marshall parecía dispuesto a defender a la hermosa doncella.
—Está segura —corroboró Kel.
—Entonces te veré luego, Ronnie —dijo el otro, apartando la vista de los ojos duros de Warrender.
—Es todo un caballero, ¿eh? —murmuró Kel, con voz divertida e irritada al mismo tiempo, mientras Josh Marshall se alejaba.
—Ha intentado ser un amigo.
—Mientras no intente otra cosa —la tomó por el codo y la guió por el recibidor atestado, sin prestar atención a las miradas especulativas clavadas en ellos.
Era tan poderoso y tan seductor que Ronnie sintió que el antiguo deseo bullía en su sangre. Eso sucedía cada vez que se encontraban y ella tenía que aceptar que no era capaz de controlarlo. Lo achacaba a las hormonas. Kel siempre la había afectado de esa manera.
—¿Has tenido tiempo para comer algo? —preguntó él cuando salieron al pavimento iluminado por el sol.
Parecía tan guapo, tan vital, tan perfecto, que ella revivió otra vez su pérdida.
—Kel, ¿no has entendido que no quiero estar contigo? —intentó contener sus emociones.
—Tenemos que discutir cosas, Rowena —con urgencia la tomó por el brazo—. Me asombra tu frialdad.
—Es injusto —protestó ella—. Después de todo, fuiste tú…
—Me pregunto si podríamos dejar el tema de mi abyecta infidelidad para hablar de nuestra hija —los ojos le centellearon—. Quiero verla. Si es posible, antes de que regrese al rancho.
—Claro que puedes verla —Ronnie movió la cabeza consternada—. ¿Alguna vez te lo he negado?
—Me negaste bastante a menudo tu cuerpo —soltó con amargura.
—Quizá mi orgullo herido tuvo algo que ver con eso —apartó la vista.
—Supongo —convino cansado—. No podemos quedarnos aquí. Por algún motivo que jamás entenderé, la gente parece sentir curiosidad por nosotros.
—Estar ante el ojo público te vuelve vulnerable, Kel. No puedes moverte con libertad.
—Entonces, larguémonos —alzó la mano para llamar un taxi que pasaba y que se detuvo de inmediato—. Dispones de una hora. Me alojo en el Sheraton. Su restaurante es bastante bueno.
A pesar de su preocupación, Ronnie se encontró en el asiento del taxi mientras cubría la distancia que había entre el Centro de Convenciones y el hotel. Estar con él era como tener un puñal al cuello. Bajo ningún concepto podías desafiarlo. Era el resultado de ser educado como un príncipe de las llanuras.
En el restaurante, Ronnie miró alrededor y vio un par de caras que conocía socialmente; una pareja que la saludó con la mano antes de volver a concentrarse con diplomacia en sus menús.
—¿Qué vas a pedir? —inquirió Kel.
—No quiero mucho —rió sin ganas.
—¿Qué te parece marisco?
—Decide tú, Kel —intentaba sonar indiferente, pero el leve temblor en su voz la delató.
Se les acercó una camarera joven, que le sonrió a Kel.
—Es agradable volver a verlo otra vez, señor Warrender. ¿A la dama y a usted les apetece beber algo?
—Para mí nada, gracias —Ronnie sacudió la cabeza. Al menos había alguien que no veía el Canal 8.
Kel se recostó en la silla, le sonrió a la chica y pidió una cerveza.
—También queremos ver el menú.
—Desde luego, señor Warrender —regresó a los pocos segundos, sin dejar de sonreírle a Kel.
Con ironía Ronnie pensó que un hombre tan sexy y dinámico como Kel Warrender tendría que estar registrado como un peligro para las mujeres. Se recostó también y trató de ocultar todo el dolor que había en su interior. ¿Cómo debería sentirse una mujer al saber que el hombre al que adoraba tenía una aventura con otra mujer?
No cabía esperar que Sasha Garland adoptara una postura moral elevada. Sasha era víctima de la obsesión sexual. Había sido la chica de Kel desde siempre. Su padre, George Garland, era un importante ganadero, millonario, y amigo de toda la vida del difunto sir Clive Warrender. Sasha había sido una asidua en la casa de los Warrender y al parecer ambas familias habían albergado esperanzas de que algún día sus hijos se casaran.
Pero Ronnie había entrado en escena y destruido las esperanzas de todos. No era de extrañar que Sasha quedara rota, aunque al final había conseguido vengarse.
—¿Y cómo está mi pequeña princesa? —preguntó Kel—. Espero que no peor.
—Esta mañana tuve una reunión con su maestra y con la psicóloga del colegio. Por eso llegué tarde al Centro de Convenciones.
—¿Y? —como de costumbre, iba directo al grano.
—Nada ha cambiado, Kel. Ojalá pudiera contarte otra cosa. Tessa mantiene su silencio con todo el mundo menos conmigo. Pero, asombrosamente, no se retrasa en los estudios. Figura entre las tres primeras de la clase y le va de maravilla con el dibujo.
—¿Por qué no va a ser inteligente? —soltó para ocultar su propio dolor—. Dios sabe que tú lo eres y que yo conseguí sacar un par de licenciaturas —de hecho, había terminado con honores en economía y derecho—. Esa psicóloga no debe ser muy buena.
—No es la única a la que ve Tessa —protestó ella—. La llevo a una excelente profesional, Kel.
—Quizá intenta enseñarme una lección que jamás olvidaré —repuso con dolor.
—Te adora. Lo sabes —aseguró Ronnie.
—Pero no me habla. Me considera responsable de nuestra separación. Pero no pienso aceptarlo en su totalidad —alzó la cabeza—. Tú desempeñaste tu parte.
—Tuve que dejarte, Kel —soltó un suspiro angustiado—. No podía ser de otro modo.
—La verdad es que no quieres respetar tus votos matrimoniales.
—¿Y si hubiera sido yo la infiel, Kel?
La miró con unos ojos tan deslumbrantes como el sol sobre el hielo.
—No creo que vaya a responderte esa pregunta. Pero puedo decirte esto. Despedazaría al tipo involucrado en ello, aunque tú jamás te irías. Te amaba apasionadamente. Me casé contigo y pienso mantener los votos. Hasta que la muerte nos separe.
—No esperas mucho, ¿verdad? —lo observó desconcertada—. Tengo veintinueve años. Podría tener una vida larga. Podría enamorarme otra vez, casarme, tener más hijos. Los quiero. Pero primero necesitaría el divorcio.
—¿Por qué causa? —desafió.
—Por Sasha Garland, Kel. ¿Has llegado a romper con ella?
—Eso sería casi imposible —se hundió con gesto cansado en la silla—. La conozco de toda la vida. Su padre es mi padrino, el mejor amigo de mi padre. Nuestras madres siempre han sido íntimas. Sasha ha sido muy amable con Hilary. Le ha mostrado mucha comprensión. Solo Dios sabe por qué Hilary ha salido tan poco atractiva.
Era un misterio. El padre que Kel y Hilary tenían en común, sir Clive, había sido un hombre muy atractivo. Los dos se parecían mucho a él, pero así como Kel había salido guapo, Hilary, que medía un metro ochenta y tenía una buena complexión, exhibía unos rasgos demasiado fuertes para una mujer, aparte de un carácter hosco y beligerante. Ronnie siempre había considerado a la hermanastra de Kel con simpatía e intentado ser amigable, aunque había hecho falta tiempo para que ella la aceptara.
—No cambies el tema a Hilary —advirtió—. Y no creas que te es absolutamente leal.
—¿A qué diablos te refieres? —inquirió irritado.
—Es una conclusión que me ha costado aceptar, Kel. Hilary tiene problemas. Tú conoces la mayoría. Pero algunos no. Sé que adora el suelo que pisas. Pero tú eres más grande, fuerte y brillante de lo que ella podrá llegar a ser jamás. Y eres un hombre. Eres el que manda. Fuiste el heredero de tu padre. Sin embargo, Hilary fue la primogénita.
—Demonios, Ronnie —en su angustia recurrió a su diminutivo—. Hilary jamás podría dirigir Regina Downs, y menos aún un imperio ganadero. Peor, a los hombres no les cae bien. Le muestran deferencia y respeto, pero solo porque saben que tienen que hacerlo.
—Hilary sabe cómo sacar la arrogancia —lo había presenciado innumerables veces, en su intento por imitar a su hermanastro, su autoridad—. Es una mujer que necesita desesperadamente atención.
—De acuerdo, coincido en eso, pero a ti te quiere mucho.
—¿Sí? —musitó, sintiendo que de algún modo Hilary la había traicionado—. Después de todo, fue Hilary quien me aconsejó que te dejara.
—No te entiendo —pareció muy aturdido.
—Entonces olvídalo.
—¿Cómo podría? —apretó los dientes—. Quiero hablar.
—Sería estupendo, pero ya es demasiado tarde —la observó como si quisiera penetrar en su alma.
—Jamás oí que Hilary dijera una palabra en tu contra.
—¿Estás seguro? —los ojos le brillaron.
—Coincidimos en que sabías cómo hacer daño. En cualquier caso, Hilary intentaba consolarme. Está entregada a Tessa.
—Lo sé —asintió—. Estamos dando vuelta en círculos. Este tema no soluciona nada.
—Entonces, ¿por qué lo has sacado? —retó—. ¡No puedo creerlo! ¿Hilary te dijo que me dejaras?
—No te miento, Kel —bajó la cabeza—. Sé que no pretendía que fuera por mucho tiempo, pero pensaba que necesitabas que te enseñaran una lección.
—¡Por el amor de Dios! —movió la cabeza atónito—. Hilary se ha esforzado en mostrarse comprensiva.
—Quizá quiere que las cosas vuelvan a como estaban antes —indicó Ronnie—. Sasha y tú, la elección de la familia. Como eres el padre de Tessa y un hombre muy influyente con amigos en puestos poderosos, podrías obtener la custodia de nuestra hija. En otras palabras, todo el paquete.
—Nunca he oído algo más estúpido en toda mi vida —frunció el ceño.
—Quizá los celos ablandan el cerebro —soltó una risa frágil—. Últimamente he leído bastante sobre psicología. Cuando empecé a unir las piezas, se me ocurrió que Hilary tenía una especie de amor-odio en lo referente a ti. Tú eras el preferido de tu padre. Su hijo maravilloso. Tu madre te idolatraba. Sir Clive siempre fue amable con Hilary, pero se notaba que tenía que esforzarse. Ella carece de encanto, y tanto a ti como a él os sobraba. Su propia madre murió siendo ella niña, lo cual debió representar un golpe terrible, y Hilary y tu madre jamás se llevaron bien, a pesar de los esfuerzos de Madeleine. Siendo tan distintas, aunque Hilary daba la impresión de aceptarme, quizá en el fondo estaba resentida conmigo.
Kel lo meditó, luego salió en defensa de su hermanastra.
—¿Quieres olvidar los momentos en que te apoyó? Lo que dices es absurdo.
—No quería enfadarte —desvió la vista.
—Estoy enfadado, Rowena. Créelo. Tuve una aventura insignificante de una noche con Sasha que ni siquiera recuerdo mucho. No es una excusa, pero estaba muy borracho y poseído por un demonio. Me avergoncé a mí mismo y te hice daño. He suplicado tu perdón y no soy un hombre que suplique. Pero tú vas a ahorcarme como si hubiera cometido un crimen horrible.
—La infidelidad es un pecado —señaló con voz queda, pensando en el efecto terrible que había tenido en ella.
—Y he recibido mi castigo. Lo acepto, pero no puedo permitir que nuestra hijita sea castigada por lo que sucedió entre nosotros.
—¿Y quieres que haga, Kel? —preguntó desesperada.
—No me impongas una situación imposible —espetó—. Te he echado de menos más de lo que podría expresar. Echo de menos a mi pequeña. Quiero que estemos juntos para siempre. No que sea así. ¿Es que no te queda nada de amor hacia mí?
—Kel, me he vuelto muy precavida —intentó explicar al tiempo que mantenía serena la cabeza.
—Lo veo —el indómito Kel Warrender parecía vacío—. ¿Hay alguna posibilidad de que puedas venir con Tessa a pasar las navidades en casa? Debes saber que ella te necesita allí. Hemos de solucionar el problema que aqueja a nuestra hija juntos.
—Me asusta volver, Kel —sentía que podría desmoronarse con el dolor.
—¿Asustada? Tú no —su voz vibrante se suavizó.
—No quiero que vuelvas a seducirme.
—Pensé que atesorabas nuestra vida sexual —se encrespó.
—Así es. La atesoraba —fracasó en contener una lágrima—. Pero no soporto cuando me mientes.
—¿Mentirte? Demonios… —se acercó—… ¿es que no te lo confesé de inmediato?
—Lo hiciste aquella vez —movió la cabeza.
—No hubo otras veces, Ronnie —soltó—. Lo prometo.
No era del todo verdad. Recordó la ocasión en que lo había sorprendido apartándose del abrazo apasionado de Sasha. Recordó con intensidad el asombro, la sensación enfermiza que la dominó, el modo en que tuvo que sostenerse en una silla. Pensó en las veces en que Hilary tuvo que ocultar las cosas para luego reconocer los encuentros de los dos ante la insistencia de Ronnie.
La camarera se acercó otra vez y los miró.
—¿Está listo para pedir ahora, señor Warrender?
Kel asintió con gesto distraído, miró el menú y terminó por solicitar el plato del día, emperador con patatas y ensalada para dos. Ninguno tenía hambre.
Guardaron silencio unos momentos mientras esperaban, luego él comenzó a interesarse por su trabajo, escuchando con atención lo que Rowena le contaba. Siempre había sido un buen oyente.
—¿De verdad es lo que crees que quieres? —inquirió al final.
—Tengo que vivir, Kel. Es lo único que sé hacer —repuso a la defensiva.
—Cuando puedes tener todo el dinero que necesitas —soltó una risa cáustica.
—Pero no quiero aceptarlo de ti.
—Eres mi esposa —le recordó con expresión tensa.
—También una mujer independiente. Y con éxito.
—No pretendo menospreciar tu ambición, Rowena. Eres magnética en la televisión. Pero no se te da muy bien ocultar el corazón roto. Todo aparece en esos hermosos ojos oscuros.
—Ninguno de los dos puede esquivar el dolor —respondió.
—Pero podemos enfrentarnos a él. Quiero que vuelvas, Ronnie. Moriría antes que decepcionarte otra vez. Y hay más. Deseo más hijos. Tuyos. Quiero un varón.
—Claro, un hombre debe tener un varón —sonrió con un poco de amargura.
—Yo debo tener un varón, varones, que puedan recibir su herencia —la corrigió—. Adoro a mi hija, pero jamás esperaría que una mujer trabajara ni una cuarta parte de lo duro que trabajo yo. Sabes que se trata de un mundo muy físico, y muy peligroso. Amo a mi pequeña Tessa con todo el corazón. Quiero lo mejor para ella. Y eso solo puede pasar cuando su madre y su padre estén juntos.
Era infructuoso intentar defenderse de su poderoso encanto.
—No lo sé, Kel. No podría soportar pasar de nuevo por momentos tan terribles.
—Haré que funcione, Ronnie —su sonrisa la inflamó—, lo prometo.
—Deja que lo piense —movió la cabeza—. Como tú, estoy terriblemente preocupada por Tessa, pero tengo compromisos. Un contrato que respetar —de hecho, se lo iban a renovar con la promesa de un fuerte aumento salarial.
—Te quedan dos meses para que venza. ¿No se te ocurrirá algo? Si hace falta, los indemnizaremos.
Qué maravilloso era que te sobrara el dinero.
—Es mucho lo que pides, Kel. No te prometo nada aparte de acompañar a Tessa. Sé que le encantará, a pesar de lo mucho que le gusta ir a verte.
—Es la pequeña a la que solían chiflarle los cuentos que le narraba en la cama —gimió con dolor.
—Eran tan buenos que la hacían dormir —a pesar de sí misma, sonrió y mostró el hoyuelo en sus mejillas.
—Porque era muy pequeña. Soy un gran narrador de cuentos.
—Que Dios me ayude, pero así es.
—Ronnie, déjalo —musitó—. Ya me tuviste en el potro de tortura, pero es suficiente. Mi corazón, mi cabeza y mi cama están vacíos sin ti.
Era un verdadero mago. Comenzaba a flaquear.
—Parece tan lejano…
—Los peores catorce meses de mi vida. Los he contado —respondió con suavidad y ternura.
—¿Madeleine está en el rancho? —inquirió inquieta.
—En este momento no —se burló de ella con los ojos—. Mi madre viene y va, pero regresará en cuanto sepa que Tessa y tú habéis vuelto.
—Vayamos paso a paso, Kel —temía su propio deseo—. No te hagas ideas de que voy a volver a ocupar nuestro dormitorio.
—Me sorprendes, Ronnie —enarcó una ceja—. ¿Cuándo te he forzado?
—Un par de veces —mintió. Ambos habían estado jugando.
—Te doy mi palabra —se encogió de hombros.
La recorrió despacio con la vista y a Ronnie se le aceleró el corazón. Había pasado una eternidad desde que le hizo el amor. Mirarlo bastaba para que sintiera como si se hallara en caída libre. La embriagó la sensación, pero le daba miedo caer a tierra.
—¿Debo creerte? —lo inmovilizó con sus ojos grandes y líquidos.
Él se adelantó para tomarle las manos.
—No se me ocurre nadie en quien puedas confiar más.


Historia corta publicada en Cuentos de Navidad 2000
Título: La primera Navidad de Sarah (2000)
Título Original: Sarah’s first Christmas (1999)
Autor: Rebeca Winters
Editorial: Harlequin Ibérica.
Sello / Colección: Internacional 229.
Género: Contemporáneo.
Protagonistas: Vance McClain y Brooke Longley.
Sinopsis 

Brooke Longley y Vance McClain habían jurado mantenerse alejados del amor hasta que rescataron a una niña pequeña llamada Sarah, que jamás había oído hablar de la Navidad. Ella los unió, mientras ambos se esforzaban por enseñarle el significado de ese momento especial del año.

Capítulo Uno
—Buenas noches, Brooke. Gracias otra vez por la bonificación. Has sido muy generosa. Lo aprecio más de lo que imaginas. ¡Feliz Navidad!
—De nada, Dave. Feliz Navidad para ti y tu familia. Nos vemos el lunes.
Una ráfaga de nieve entró en la tienda antes de que el empleado favorito de Brooke Longley pudiera cerrar la puerta de Western Outfitters. Durante la última semana, la pequeña comunidad de West Yellowstone, Montana, ya había sufrido dos tormentas. Al parecer se avecinaba una tercera.
A pesar de que el reloj de pared indicaba que eran las siete pasadas, parecía medianoche. Por lo general Brooke mantenía la tienda abierta hasta las diez, pero no en Nochebuena.
Esa noche los Garnett daban la fiesta anual para los clientes en el Cowhide Bar & Grill, a un par de manzanas de la tienda. Brooke no tenía un deseo especial de asistir, pero su buena amiga, Julia Morton, que vivía con su marido, Kyle, en el otro extremo de la ciudad, le había hecho prometer que iría.
—Haber jurado que no quieres saber nada de los hombres, Brooke, no significa que desees que la gente piense que te has vuelto antisocial desde que rompiste tu compromiso.
Al exponerlo de esa manera, la entendió. Por lo tanto había decidido que asistiría a la fiesta una hora, luego regresaría a casa en el fiable todoterreno de su padre.
Después de apagar las luces y cerrar, comenzó a avanzar a duras penas a través de la cegadora nieve con sus botas de piel de foca. A pesar del constante esfuerzo de sus vecinos de las otras tiendas por limpiar la acera, la nieve la había vuelto a cubrir y le dificultaba el avance.
El termómetro que había bajo el toldo de la farmacia marcaba dos grados bajo cero. Sin duda caería hasta diez bajo cero antes de la mañana. El año anterior a esa hora las condiciones habían sido similares.
Gracias al cielo no era el año anterior y ella no esperaba que Mark llegara desde California.
Su novio y ella habían planeado casarse en la pequeña Iglesia de los Pinos en West Yellowstone, entre la Navidad y el Año Nuevo. Luego se produjo aquella llamada de pesadilla que le anunció que él no pensaba presentarse. Había conocido a otra mujer y esperaba que ella lo entendiera. Era mejor terminar su compromiso entonces en vez de enfrentarse más adelante a un divorcio.
Un mes más tarde, su padre murió por culpa de un fatal ataque al corazón, dejándola sola en su dolor. En el punto más bajo de su vida, no pudo imaginar que viviría el tiempo suficiente para ver otro año.
Pero la vida le había demostrado otra cosa. Para su sorpresa, habían pasado doce meses de duro trabajo en el negocio familiar. En ese período de tiempo, la empresa había prosperado y ella había cumplido veinticuatro años. No solo seguía aún con vida para ver otra Navidad, sino que Julia y Kyle, que durante el verano se habían trasladado a vivir allí desde Great Falls, se habían convertido en sus mejores amigos. Como las chicas con las que había crecido y estudiado se habían ido a una gran ciudad o fuera del estado, sería agradable pasar parte de la Nochebuena con los Morton.
Aceleró el paso pero la ventisca parecía crecer en intensidad. Con condiciones como esas, nadie sacaba el coche. Todo se había detenido. Era un interminable mundo blanco. Bastante hermoso si sabías que podías alcanzar un abrigo.
Al cruzar la calle, que parecía un camino de ganado, le pareció que oía llorar a un niño. Pero el viento a menudo imitaba los sonidos humanos, de manera que descartó la idea y prosiguió la marcha, ansiosa por abandonar los feroces elementos.
Al llegar al otro lado de la calle, el llanto sonó otra vez, pero más alto. Se detuvo a escuchar. No había error. Era un sonido mortal. Un niño aterrado se hallaba bajo la tormenta.
¿Dónde?
Al percibir que procedía desde un callejón lateral, giró en redondo y se dirigió en esa dirección. No había avanzado ni una docena de pasos cuando avistó una figura pequeña que golpeaba el escaparate de la joyería de artículos indios de Clark. El lugar estaba a oscuras. Sin duda Harmon Clark había cerrado temprano para irse a su rancho o a la fiesta de los Garnett. Se trataba de una niña que no podía tener más de cinco años. Entre sollozos no paraba de repetir un nombre, pero Brooke no pudo entenderla. La pobre llevaba unas ligeras zapatillas de tenis sin calcetines, un vestido y un fino chubasquero que no la aislaba de la nieve. Unos minutos más y no tardaría en morir congelada.
Sin vacilar, se arrodilló a su lado y pasó un brazo protector por sus pequeños hombros.
—Me llamo Brooke. Quiero ayudarte. ¿A quién buscas, cariño?
La niña no dejó de aporrear el escaparate con las manos desnudas. Parecía que decía algo sobre Charlie.
—Cariño... dentro no hay nadie. Si vienes conmigo, te ayudaré a encontrar a Charlie. ¿De acuerdo?
—¡Nooooo! ¡Charlie no! ¡No dejes que me lleve!
Brooke no fue inmune al miedo que había en la súplica desesperada de la niña. Sin perder otro segundo, la alzó en brazos y comenzó a correr por la nieve hacia su tienda. Dentro haría calor. Había un teléfono.
Varias veces estuvo a punto de caer. El cuerpo rígido que sostenía no dejaba de temblar.
—No pasará nada —murmuró una y otra vez en su intento por tranquilizar a la pequeña.
Imaginó una docena de posibilidades que habrían podido llevar a esa niña inocente e indefensa a ese punto, ninguna buena. Jamás se había considerado un ser humano violento, pero quienquiera que fuera ese Charlie, el deseo de matarlo se había convertido casi en una necesidad.
—Ya hemos llegado; aquí estaremos a salvo.
Sacó las llaves y abrió la puerta. Un bendito calor las envolvió al cerrar con el pie, para luego encender las luces y correr por el interior hasta la cocina que había en la parte de atrás.
Un conducto de aire del horno atravesaba el suelo. Acercó una silla allí y sentó a la pequeña. Luego se dirigió a la otra sala a buscar una manta térmica.
Cuando regresó a la cocina, el llanto histérico se había convertido en unos gemidos. A la niña le castañeteaban los dientes. Brooke se puso de rodillas y le quitó las zapatillas gastadas. Después de sacarle el chubasquero, la rodeó con la manta y comenzó a frotarle los pies helados al tiempo que les aplicaba una suave presión.
—¿Cómo te llamas, cariño? —la nieve aún no se había derretido de su pelo castaño oscuro y revuelto.
—Sa... Sarah.
—¿Sarah qué?
—No lo sé —se frotó los ojos con el dorso de la mano.
Horrorizada por esa revelación, Brooke quiso ir tras el hombre responsable y estrangularlo. Pero su primera prioridad era proporcionarle a esa niña el cuidado que necesitaba.
—Voy a prepararte un chocolate caliente. ¿Te apetece?
Entre sollozos, no supo si había respondido que sí o que no. No importaba. Se levantó de un salto, mezcló chocolate instantáneo con agua y lo calentó en el microondas.
Una vez listo, acercó la taza a los labios de la pequeña y le dijo que bebiera. Para su alivio, Sarah sostuvo la taza con sus manos y se lo bebió todo. No solo tenía sed; ¡estaba muerta de hambre!
—Apuesto que te ha gustado —la niña asintió—. ¿Dónde está tu mamá?
—Charlie dice que no tengo ma... mamá.
—¿Quién es Charlie?
—Estaba furioso porque el coche se paró —mientras hablaba, Brooke detectó un leve acento sureño. La pequeña se hallaba muy lejos de casa—. Cuando él bajó, yo salí por la puerta y escapé —le tembló el labio inferior—. Ha... hacía frío en la nie... nieve. No... no podía ver —se puso a llorar otra vez. Unas lágrimas enormes cayeron de sus ojos azules.
Brooke sintió un nudo en la garganta. El corazón se volcó en la pequeña. La rodeó con los brazos y la consoló.
—Voy a cuidar de ti. Todo saldrá bien.
—¿Crees que Charlie me buscará?
—No lo sé.
—Se pondrá furioso y me pegará cuando me encuentre. No dejes que me encuentre —suplicó.
Al instante Brooke supo que no se trataba de un juego ni de una exageración infantil... la pequeña decía la verdad. Tuvo que morderse la lengua antes de responder.
—Jamás volverá a acercarse a ti. ¿Me crees? —la abrazó—. Se está bien aquí, ¿verdad? —con desesperación intentó cambiar de tema.
—Sí.
—¿Quieres unas galletitas?
—Sí.
Alargó la mano hacia la caja que había quedado del almuerzo y la depositó en el regazo de la niña.
—Come todas las que quieras mientras yo voy al otro cuarto a hacer una llamada de teléfono.
—¡No me dejes! —gritó con pánico.
Demasiado tarde Brooke comprendió su error. La alzó en brazos con las galletitas y la llevó a la parte delantera de la tienda. Después de sentarla sobre el mostrador, levantó el auricular y marcó el número de la policía.
—¿Julia? —preguntó al oír la voz de su amiga—. ¿Cómo es que estás de servicio esta noche? Pensé que nos íbamos a reunir en la fiesta de los Garnett.
—Y así es, pero Ruth me pidió si podía suplirla hasta las nueve. Iba a llamarte para decirte que te reunieras con Kyle y conmigo después.
—Me temo que no iré. Ha surgido una emergencia.
—Cuéntame qué sucede.
De pronto su amiga se convirtió en la profesional que era. En cuanto oyó la historia de Brooke, le dijo que se llevara a la pequeña a casa con ella, que en uno o dos días enviaría a un agente a comenzar la investigación.
Al parecer se habían producido algunos accidentes de coche en la carretera y en ese momento los caminos se hallaban cerrados en todas las direcciones. Los patrulleros disponibles se encontraban ocupados. Lo que pensaba hacer era transmitir la información a la policía estatal.
A Julia se le pagaba para pensar deprisa y tomar la decisión acertada. Al ser Nochebuena, Brooke alabó la sabiduría de su amiga. Como en West Yellowstone no había hospital y los caminos estaban cerrados, su casa era el mejor lugar para ocuparse de las necesidades de Sarah. En una zona remota como esa, en particular en invierno, lo práctico resultaba tan importante como la letra de la ley.
—Quienquiera que sea ese Charlie... —a Brooke le tembló la voz—... ha traumatizado a esta niña y debería pagar por lo que ha hecho.
—Estoy de acuerdo —convino Julia con igual crispación—. Pobrecita. Tuvo suerte de que la encontraras. Si alguien es capaz de hacer que una niña se sienta mejor, esa eres tú. Me mantendré en contacto. Cuando salga de trabajar, Kyle y yo pasaremos por tu casa a ver si podemos ayudarte en algo.
—Sería maravilloso —le dio las gracias a su amiga, colgó y volvió a tomar a Sarah en brazos—. ¿Te gustaría venir conmigo a casa esta noche? No se encuentra muy lejos de aquí. Cenaremos algo rico. ¿Te parece bien? —Sarah asintió—. Antes de que nos vayamos necesitamos buscarte ropa. Puedes elegir lo que más te guste.
Resultó evidente que a la pequeña jamás se le había permitido elegir qué ponerse. Al principio no pareció entenderlo, pero después de que Brooke insistiera, escogió una camisa roja de lana, vaqueros, calcetines, botas vaqueras, un anorak de estilo vaquero con gorra y guantes de esquí. Mientras se ponía la ropa nueva, Brooke guardó algunos otros artículos en una bolsa.
Cuando Sarah terminó de vestirse, le dijo:
—Tengo el coche justo afuera. Va a estar frío antes de que pueda calentarlo, así que creo que nos llevaremos la manta. ¿Estás lista?
No fue necesario que formulara la pregunta. Su diminuta sombra la siguió al exterior de la tienda y se aferró a su mano con todas sus fuerzas.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...