lunes, 30 de diciembre de 2013

Especial de Navidad, 30 de diciembre del 2013


Llegó el penúltimo día del año!!!
Quedan menos de 48 horas para que empiece el 2014 pero por ahora, terminemos con esta Antología, publicando "El Despertar" de Patricia Gardner Evans.


3ª historia incluida en la Antología Cuentos de Navidad (1996)
Título: El Despertar (1996)
Título Original: Comfort and joy (1995)
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Internacional 134
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Jack Herrad y Claire Ezrin




Sinopsis

¿Quién necesita el muérdago cuando están alrededor los pequeños ayudantes de Papá Noel?
Claire y Jack se gustaron al momento, de eso no había duda y, si seguían así, pronto se iban a enamorar como dos adolescentes, aunque los dos eran personas maduras…

Capítulo Uno

—¡El siguiente!
La cola se apretujó hacia delante, y Claire Ezrin avanzó un paso hacia su objetivo. Ese día no le había ido bien. Su despertador decidió retirarse la mañana en que el nuevo decano de la facultad de medicina tendría su primera entrevista con los miembros del personal, y las cosas habían ido cuesta abajo a partir de entonces. En el cuarto de baño, un vistazo al espejo le mostró que era un mal día para su pelo. Luego se cepilló con el tubo de óxido de cinc en lugar del de pasta de dientes. Después de cepillarse y enjuagarse varias veces para librarse del horrible sabor en su boca, se echó por la cara la muestra de crema antiarrugas y no la de crema hidratante que le dieron en la droguería. Mirándolo por el lado bueno decidió que podría quitarle algunas arrugas, y que sería más prudente olvidarse de maquillarse.
El traje rojo que la iba a ayudar a dar una buena impresión, tuvo que quedarse en el armario porque todas sus medias estaban en la secadora, mojadas, porque se había roto durante la noche. Tenía medias hasta la rodilla en una de las cajas que aún no había abierto, pero tras echar un vistazo al reloj, decidió afeitarse justo hasta el dobladillo de su falda más larga. No le sorprendió que al sacar la falda de la percha, se le cayera directamente al retrete, por suerte después de haber tirado de la cadena. Un viejo par de pantalones grises eran lo único que pegaba con el jersey que no podía quitarse porque se le había pegado el pelo mientras intentaba hacerse un moño. Y así fue como decidió sentarse en medio de la última fila en la reunión del personal y hundirse lo más posible en el asiento.
La fila siguió avanzando hacia delante y Claire vio que sería la siguiente. Como no tuvo tiempo para desayunar, echó el resto de la sopa que había preparado para almorzar en el plato del gato en lugar de en el suyo. Después de eso, el coche arrancó a la primera y el trayecto hasta Albuquerque fue como la seda. El nuevo decano había anunciado que atrasaría las visitas e inspecciones hasta después de las vacaciones. Eran noticias muy buenas especialmente para el departamento de tecnología médica, con poco personal y en medio de los exámenes finales en ese momento. Cuando el decano fuera a inspeccionarlos, todo habría vuelto a la normalidad, y con suerte, Sylvia, la jefa de departamento, habría encontrado dos médicos más que quisieran cambiar el laboratorio por las clases. Tontamente, Claire se atrevió a pensar que su mala suerte había cambiado.
No fue así. Sólo fue una tregua en la acción, para que así pudiera apreciar mucho más el gran final. Cuando los estudiantes estaban entregando los exámenes, el ayudante de laboratorio tropezó con la bandeja de especímenes. Ninguno de ellos se perdió el maletín abierto de Claire. Durante la siguiente limpieza, enjuague, desinfección y disculpas, Claire encontró la factura del impuesto de su nueva casa. Y por eso en ese momento estaba de pie en fila en el despacho del tesorero en lugar de corrigiendo exámenes finales. ¿Por qué iba a esperar un día más si podía solucionarlo ése?
—¡Siguiente!
Claire avanzó al oír la aguda voz masculina, con la factura ligeramente húmeda en su mano.
A mediados de noviembre todos los años, el tesorero o recaudador de impuestos, les enviaba las facturas de impuestos por propiedades. Los ciudadanos de Albuquerque no apreciaban ese adelantado regalo de Navidad, y no era exagerado decir que el recaudador de impuestos era el hombre más odiado en la ciudad durante ese mes.
Jack Herrod sabía que ese año era especialmente odiado por el aumento de los impuestos.
Cuando él ocupó ese puesto en enero, bromeó diciendo que no le importaban las hostilidades a las que normalmente se enfrentaba un recaudador de impuestos, porque él era un abogado y estaba acostumbrado a abusar, pero ese día se sentía él mismo algo hostil. El ordenador no dejaba de fallar, su empleada había anunciado que el viernes sería su último día y a él le habían llamado «rey Herrod» demasiadas veces. Sólo faltaban dos semanas para Navidad, pero había una clara falta de espíritu navideño en la gente que le agitaba su factura en la cara. Vio a la siguiente ciudadana que se acercaba, se fijó en que no llevaba anillo y se enderezó. Quizás el día se arreglara.
Claire, sonriendo, le entregó la factura, rezando para que él no se diera cuenta de que estaba húmeda, aunque profundamente desinfectada. Sintió que su sonrisa desaparecía cuando él aceptó la factura, la miró, y su atractiva sonrisa se convirtió en un ceño.
—Buenas tardes, señora Swearingen.
Jack se dijo que era una estupidez decepcionarse al ver en la factura el nombre de un hombre junto al suyo.
—Los Swearingen eran los dueños anteriores —explicó Claire—. Yo compré la casa justo después de que enviaran la factura. Me llamo Claire Ezrin.
Él tecleó algo en su ordenador y luego la miró. Su sonrisa había vuelto.
—¿Cómo está, señorita Ezrin?
Estaba a punto de presentarse cuando ella respondió.
—¿Cómo está usted, señor Herrod?
Jack se dijo que también era estúpido alegrarse tanto de que ella le hubiera reconocido. Por supuesto, con todo lo que él había salido en las noticias locales últimamente, la mitad del estado de Nuevo Méjico lo reconocería. Volvió a teclear su factura y la impresora sacó una hoja.
—Aquí está el total, pero sólo tiene que pagar la mitad, claro. El resto no vencerá hasta el próximo abril.
Aguantó la respiración mientras ella miraba la cantidad. Como una venta generaba automáticamente un nuevo impuesto, la cantidad era más alta que la de los dueños anteriores.
—¡Oh! No es tanto como pensé.
Claire sacó el talonario de su bolso.
—Es la primera vez que oigo eso.
Ella se rió mientras escribía el cheque. Al ver su número de teléfono al revés, Jack rápidamente lo garabateó en un papel y se lo guardó en un bolsillo.
Claire arrancó el cheque y se lo dio.
—He de decir que me sorprende que usted trabaje en el mostrador.
—No podía dejar que mis empleados se llevaran toda la diversión.
Su disposición para el trabajo más pesado no era todo lo que había impresionado a Claire. En la televisión se le veía atractivo, pero en persona… Era más grande de lo que pensó. En una edad en la que la mayoría de los hombres echaban barriga, su estómago estaba plano y sus hombros eran anchos. Se veían antebrazos musculosos bajo sus mangas subidas, y el cuello era ancho y firme. Su rostro era demasiado duro para decir que era guapo, pero su mandíbula y su boca indicaban fuerza de carácter y las arrugas alrededor de los ojos un buen sentido del humor. Su pelo era color azúcar y canela, grueso y muy corto. A ella no le gustaba el pelo corto, pero en él no estaba mal. Nada mal. Sus cejas seguían muy oscuras, un tono castaño casi chocolate, al igual que sus largas pestañas.
—Gracias —dijo Jack grapando la factura y el cheque juntos.
Le encantaba el pelo de esa mujer. Era castaño claro, tan claro que parecía plateado. Lo tenía sujeto en un moño, con suficientes mechones escapando para que se viera que era rizado. Llevaba pantalones y jersey algo holgados, pero que indicaban unas bonitas curvas. Claramente no era una de esas mujeres que estaban continuamente a dieta, con miedo de tomar una comida decente. El jersey era gris de cuello vuelto, con motas de otros colores que también aparecían en sus ojos, azul, verde, marrón, dorado… Aunque no era de una gran belleza, su rostro tenía algo que era mejor, humor, inteligencia y honesta simpatía, todo con una luminosidad que le hizo sonreír sin ninguna razón en particular.
Jack tecleó el recibo necesario, le dio al botón de imprimir, y por primera vez en todo el día el cerebro electrónico hizo lo que él quería: entró en coma.
—El ordenador se ha vuelto a estropear —le dijo con falsas disculpas—, pero volverá a funcionar en un par de minutos.
Así disponía de esos minutos para aumentar sus posibilidades de éxito cuando la llamara más tarde. Inclinado un poco sobre el mostrador, olió algo suave y dulce.
—¿Vive cerca de Frost Road?
Su dirección decía Tijeras, un pueblo a unos kilómetros de Albuquerque en el gran cañón que corría entre las dos cadenas montañosas al este de la ciudad, pero el hecho de que ella tuviera tierra junto con la casa significaba que estaba fuera de los límites del pueblo.
—No, estoy en un pequeño valle en medio del cañón.
Él la miró, sorprendido.
—¿El que está frente a Zuxax?
Fue el turno de Claire de sorprenderse.
—Sí, ése. Usted ha debido crecer aquí.
Zuxax era el nombre de un viejo lugar de atracción turística, donde se veían serpientes, que fue demolido unos años antes, y sólo alguien que hubiera crecido en Albuquerque podría recordar el nombre y su localización. A Claire le agradó que fuera un nativo de esa zona, como ella, y no uno de los de fuera que superaban en número a los locales.
—Sí, nací en el viejo hospital Indio —sonrió—. Ha debido ser duro mudarse durante las vacaciones.
—No lo había planeado. Puse mi casa en venta y se vendió tres días más tarde. Aunque realmente no es un grave problema. Mi hermana no podrá venir a casa por Navidad, así que no tengo que preocuparme de desembalarlo y colocarlo todo rápidamente.
Jack vio en sus ojos una tristeza que entendía muy bien.
—Mi hijo no…
Pero fue interrumpido por la impresora, que empezó a trabajar. Al mismo tiempo, su mejor empleada, Donna Luna, apareció corriendo detrás de él.
—Jack, tengo un problema que deberías ver. Jack se giró en la dirección que le indicó Donna, hacia su despacho, donde ella había estado ocupándose del trabajo rutinario. De pie en la puerta del despacho de Jack, había una mujer mayor.
Claire no pudo evitar mirar también.
—¿Mamie? —preguntó sobresaltada.
—¿Conoce a la señora Bonnett?
Claire respondió distraída a la empleada de Jack.
—Sí, la conozco desde hace años… ahora es mi vecina.
Mamie tenía ochenta y un años. Siempre había parecido quince años más joven… hasta ese momento. Su cuerpo alto y delgado había encogido, su rostro estaba muy arrugado y sus ojos tenían la mirada vacía y perdida de la senilidad.
Viendo la posibilidad de una huida limpia, Donna actuó rápidamente.
—Bien, así alguien estará con ella —la impresora se paró y Donna arrancó el recibo y se lo dio—. Jack —se ofreció—. Yo seguiré aquí para que tú puedas volver a tu despacho.
Una vez que Jack y Claire se marcharon en la dirección correcta, ella se cruzó de brazos sobre el mostrador y miró feliz a la larga cola.
—¡Siguiente por favor!


Jack hizo entrar en su despacho a las dos mujeres y luego cerró la puerta.
—Soy Jack Herrod, el tesorero, señora Bonnett… —se presentó y le puso suavemente una mano en el codo para guiarla a una silla frente a su mesa.
Se volvió para ofrecerle otra silla a Claire pero ella ya se había sentado. Cuando él fue a su sitio, Claire sujetó una mano de Mamie entre las suyas.
Claire estudió preocupada a la mujer. Mamie no era una vieja senil. Se habían conocido hacía unos veinte años, mientras Claire estaba estudiando para obtener su título de medicina y se mantenía haciendo análisis de sangre en el hospital universitario a primera hora de la mañana, donde se encontraba muy a gusto, hasta que la asignaron a la unidad de pediatría. A los quince minutos sintió tantas ganas de llorar como sus pequeñas víctimas. Ni siquiera podía ocuparse de los pinchazos para pruebas que requerían una o dos gotas de sangre, y mucho menos clavar la jeringuilla a los que necesitaban un tubo entero. En ese momento, la enfermera jefe, Mamie Bonnett, se acercó a ella sin condescendencia, y con su bolsa de «trucos», un par de canciones tontas y un mono de juguete que contaba bromas, sujetó suavemente pero con firmeza a los pequeños. Después de graduarse, Claire encontró un trabajo en el mismo hospital y vio a Mamie regularmente hasta que se marchó a enseñar, pero se enteró de que Mamie había sido trasladada a la guardería y que su marido había muerto. Claire envió una tarjeta e hizo una donación para comprar flores. Descubrir unas semanas antes que Mamie sería su vecina fue una agradable sorpresa.
—Mamie —le dijo suavemente—. ¿Qué ocurre?
Mamie suspiró.
—Oh, Claire, me he metido en un lío y ahora voy a perder mi casa.
—¿Qué ha pasado, señora Bonnett? —preguntó Jack Herrod con la misma expresión preocupada que Claire.
Mamie respondió sin vacilar, aunque el modo en que apretó la mano a Claire indicó que no le resultaba fácil.
—Cuando mi marido murió, descubrí que liquidó todo el dinero de nuestra pensión de jubilación y puso el dinero en un negocio de un amigo suyo. Yo amaba a Leo, pero era un absoluto idiota en lo referente al dinero. Un mes después, ese negocio se fue a la quiebra, y entonces fue cuando yo encontré los papeles que Leo firmó haciendo a los inversores responsables de las pérdidas. Su amigo se declaró en bancarrota para protegerse. Imagino que yo también debí hacerlo, pero hipotequé mi casa, pagué mi pensión y devolví el dinero.
—¿Y su abogado lo aprobó? —preguntó Jack.
—No, pero yo lo había estudiado todo y sabía que estaría bien económicamente… hasta… —suspiró disgustada—, que me rompí la cadera.
—¿Te rompiste la cadera? ¿Cuándo? —preguntó Claire.
—Hace cuatro años. Pero ya estoy bien. Con la Seguridad Social y la pensión de Leo, podía pagar la hipoteca, pero no pude pagar los impuestos de propiedad ese año. No volví a trabajar tan pronto como pensé, y entonces sólo lo hice un día a la semana, así que tampoco pagué el año siguiente. Finalmente pude ahorrar algo de dinero cada mes, pero cada vez que parecía que podía ponerme al día, ocurría una emergencia… un tejado nuevo, el pozo roto… —se encogió de hombros—. Y volvía a quedarme sin dinero de nuevo. Cuando empecé a trabajar cuatro días por semana el mes pasado, sabía que podría pagar los impuestos y penalizaciones y finalmente tenerlo todo al día para esta época el año que viene. El condado nunca parecía muy preocupado por el dinero. Recibía una carta una vez al año, recordándome que iba atrasada en el pago, pero eso era todo, así que imaginé que tenía tiempo. Pero ayer, me llegó esta carta.
Mamie se soltó de Claire y sacó la carta de su bolso. Antes de poder dársela al tesorero, Claire extendió la mano, y tras vacilar, Mamie se lo dio.
Jack estaba furioso. Hacía años que Mamie había cumplido la edad normal de retirarse, y esa mujer debería haberse tomado la vida con tranquilidad, y no esperando poder trabajar unos días. Claramente no estaba preparada para una mecedora, pero al menos debió tener esa opción. Y quien fuera su abogado debía ser azotado por dejar que pagara con su casa. ¿Y dónde diablos estaba su familia? Bueno, no importaba, ellos dos la ayudarían.
Claire se puso a leer la carta. Jack debería ayudar a esa mujer estuviera Claire allí o no, pero no estaría nada mal que ella viera cómo lo hacía. Sonrió satisfecho, pero su sonrisa se desvaneció cuando ella terminó de leer y levantó la cabeza.
—¿Usted envió esto?
Su tono era tranquilo, pero él no se dejó engañar. Estaba furiosa. Sin decir palabra, extendió la mano para que le diera la carta. La leyó, sintiéndose peor a cada palabra. Unos meses antes él le dijo a su secretaria que fuera dura en las cartas a los que iban atrasados en los pagos, con la idea de asustarlos pero no de dejarlos fuera de combate. Palabras como «inmediata confiscación y posibles cargos civiles si no paga en treinta días», le hicieron sentirse como un ser horrible. Él no había escrito esa carta, pero sí era su culpa, porque no la comprobó antes de ser enviada.
—Sí, yo la envié —dijo inexpresivo.
Antes de que pudiera añadir que no debió hacerlo, Claire se puso de pie.
—Hemos tenido gente baja en este despacho, pero nunca tanto como usted.
Jack también se levantó.
—Señorita Ezrin, la señora Bonnett nunca debió recibir esta carta. Por favor, deje que le expli…
Claire no le prestó atención.
—Vámonos, Mamie —tiró de la mujer—. No tiene sentido perder más tiempo.
Miró a Jack de un modo que fue como un puñetazo. Mamie también intentó calmar a Claire.
—Claire, él sólo hacía su trabajo. Pienso que…
—¡Ya! Su trabajo no es echar a pobres viudas de su casa, ¡y en Navidad!
Mamie, dándose cuenta de que estaba frente a una criatura imparable, dejó que Claire se la llevara y cerrara la puerta de golpe.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...