martes, 24 de diciembre de 2013

Especial de Navidad, 24 de diciembre del 2013


Hoy es un gran día!!!
Os deseo una muy feliz noche junto a todos vuestros seres queridos; mucho turrón, mucho alcohol (tampoco hay que pasarse), pero sobretodo muchas risas e ilusión.
Pero, entrando en el tema literario, hoy os traigo la segunda parte de la antología "Otras Historias para una Navidad" titulada "Noche de Paz" de Marie Ferrarella.


Publicada en la antología «Otras historias para una Navidad» (Silhouette Christmas Stories)
Título: Noche de Paz (1993)
Título Original: The night Santa Claus returned (1992)
Autor: Marie Ferrarella
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Internacional 87
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Timothy Holt y Laura Lekawski

Sinopsis


Laura Lekawski no creía en Papá Noel. Su hijo, Robbie, tampoco... hasta que lo conocieron, o al menos conocieron al Papá Noel de los almacenes Mattingly's. Aquél era la clase de Papá Noel que podría hacer realidad los deseos de un niño triste. Y de paso, hacer realidad también los sueños de su madre.

Capítulo Uno

Había algo extraño en aquel traje.
Al principio no notó nada raro. Cuando el dependiente le tendió la caja, en su interior parecía haber un típico disfraz rojo de Papá Noel de la talla 42.
Hasta que no se lo puso no empezó a ocurrir. Al meter los brazos en las mangas y cerrar la chaqueta, los recuerdos se apoderaron de él como en una oleada mágica; una magia que se correspondía por entero con la visión que tiene un niño de la Navidad.
Timothy Holt se miró en el espejo, se ajustó la peluca y la barba blancas y, al hacerlo, hubiera jurado que olía a bizcochos de azúcar. Su madre siempre preparaba esos bizcochos por Navidad. Había olvidado lo mucho que le gustaba aquel aroma y lo especial que solía ser la Navidad para él. Especial y llena de magia.
Gerald Lakewood echó a Tim una mirada nerviosa. El hombre lo había contratado menos de una hora antes.
—¿Tiene bastante relleno? —preguntó.
Tim asintió y se golpeó el estómago.
—Sólo espero que no se suelte.
Gerald abrió la puerta del vestuario. El ruido de los clientes llenaba la atmósfera de los almacenes Mattingly's.
—Lo único que tiene que hacer es sentarse y escuchar. Y sonreír al fotógrafo.
Tim empezó a avanzar hacia el departamento de juguetes. Los niños con los que se cruzaba le sonreían o le gritaban cosas. Él saludaba a su vez; una extraña sensación de ternura se iba apoderando de él. Saludó a una niña que no podía tener más de tres años y la pequeña abrió mucho los ojos encantada. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan contento.
Se recordó a sí mismo que tenía trabajo. Aquello no era un capricho, sino una investigación.
—Vamos, siéntese aquí —dijo Gerald, señalando una silla enorme cubierta de terciopelo rojo y colocada en lo alto de una plataforma.
A la izquierda de la silla había una cabaña; delante de ella esperaban un elfo y su cámara. Las fotos de los niños con Papá Noel costaban seis dólares.
Tim pensó con un arranque súbito de tristeza que todo tenía un precio. Pero, si no fuera así, él no tendría aquel trabajo.
—No sé qué le ha pasado a Jack para marcharse así —murmuró Gerald—. Él ha sido nuestro Papá Noel durante los últimos cinco años. Y no necesitaba relleno.
No, pero sí necesitaba los trescientos dólares que le dio Tim para que dejara libre el puesto sin avisar. Eso y la promesa de darle su salario habitual. A Tim no le interesaba el sueldo de la tienda. Lo único que deseaba era hacer de Papá Noel allí.
—Apendicitis —murmuró, inspirado.
Después de todo, quizá Jack necesitara aquel puesto al año siguiente. Y él sólo lo necesitaba durante tres semanas, para terminar su análisis de mercado.
—Sí, bueno —Gerald se pasó una mano por la frente—. Ha sido una suerte que pudiera venir usted en su lugar.
—Para eso están los sobrinos —murmuró el otro.
Aquélla era la excusa que le dio cuando apareció en el lugar del otro hombre.
Un niño moreno se acercó a él y se soltó de la mano de su madre.
—¿Tú eres el sobrino de Papá Noel? —preguntó muy serio.
—¿Yo? —Tim tosió y bajó la voz hasta adquirir un tono más grave—. No, yo soy el verdadero. Estaba hablando de mi sobrino.
El niño apretó los labios.
—No sabía que Papá Noel tuviera un sobrino.
—Claro que sí —le indicó que se acercara y Gerald se apartó—. Pero hablemos de ti, ¿vale? ¿Qué quieres que te traiga?


Tim pasó tres horas escuchando a los niños. La experiencia resultó ser diferente a lo que había imaginado. Se sentía relajado, como si fuera en realidad el personaje al que interpretaba en lugar del dueño de Empresas Holt, una firma de marketing que en sólo seis años había pasado de ser completamente desconocida a convertirse en una de las líderes en su campo. La compañía Juguetes Imaginativos lo había contratado para que averiguara qué era lo que en realidad querían los niños y no sus padres.
Estaba convencido de que había algo en aquel traje que le provocaba aquella extraña sensación de euforia.
A medida que pasaban las horas, la sensación se hizo más intensa en lugar de remitir. No lo comprendía y, al final, dejó de intentar analizarla. Se sentía cómodo en aquella silla de terciopelo esperando a los niños. Muy cómodo. Desde luego, mucho más de lo que se sentía en su despacho. Los niños lo miraban con absoluta confianza y eso le gustaba, como también le gustaba escuchar sus risas y oír lo que deseaban encontrar el día de Navidad debajo del árbol.
Con ayuda de su prodigiosa memoria, retenía el grueso de la información que conseguía, catalogando bien las clases de juguetes que le pedían una y otra vez. Los minutos se convirtieron en horas y, sumergido en la magia de su trabajo, Tim perdió la noción del tiempo.
Por eso no se dio cuenta del momento exacto en el que se fijó en aquel niño rubio. Cuando lo hizo, comprendió que el niño llevaba ya un rato allí, apoyado contra un mostrador y mirándolo con aire de entendido. No podía tener más de seis años y estaba solo.
Una niña rubia, ataviada con un vestido de color rojo, saltó de sus rodillas, convencida de que Papá Noel le concedería todos sus deseos. Tim se volvió para mirar de nuevo al niño cuando sintió que alguien le daba en el hombro. La señora de Papá Noel, que estaba allí para acercar los niños hasta él, le sonrió con amabilidad.
—Puedes tomarte otro descanso, Papá Noel —le informó.
Los niños que estaban haciendo cola lanzaron un gemido.
Tim se levantó de la silla, bajó de la plataforma y se acercó al niño, que seguía al lado del mostrador. El pequeño lo miró con ojos desafiantes.
—Hola —sonrió el hombre.
Los luminosos ojos azules lo miraron de nuevo y aquella vez casi había hostilidad en ellos.
—Hola —respondió.
Se metió las manos en los bolsillos y se volvió con aire de enfado. Tim no pudo evitar preguntarse por qué.
—¿Sabes quién soy? —preguntó, esforzándose por no sonar paternalista.
El muchacho se dio la vuelta y empezó a examinar un camión de juguete.
—Sí, un hombre disfrazado de Papá Noel.
Tim sabía que era inútil intentar hacerse pasar por verdadero. El niño ya tenía una firme opinión sobre el tema.
—Bueno, él está muy ocupado en esta época, así que tiene gente que lo sustituye.
El pequeño dejó el camión sobre el mostrador y miró a Tim con ojos de persona mayor.
—No, no es cierto.
—¿No lo es?
El niño apretó la mandíbula.
—No. Él no existe.
Tim se inclinó hacia él.
—¿De verdad?
El pequeño le lanzó una mirada impregnada de rabia y dolor.
—Claro. ¿Es que no lo sabes?
—¿Cuántos años tienes?
—Seis.
—¿Y no crees en Papá Noel?
—No.
Pero aquella vez hubo una sombra de duda en su voz.
Tim le habló con gentileza.
—¿Estás completamente seguro de ello?
El pequeño volvió a meterse las manos en los bolsillos, como si aquello le diera seguridad.
—Sí.
Tim no sabía por qué proseguía la conversación. Quizá fuera el traje. O quizá era el hecho de que no le gustaba ver a un niño tan pequeño sin esperanza.
—¿Y por qué estás tan seguro?
El niño respiró hondo.
—Porque el año pasado le pedí un papá y no me lo trajo.
Tim se acarició la barba pensativo.
—Un papá es un pedido difícil.
El niño levantó la barbilla.
—Para Papá Noel no. Si existiera —bajó la voz—. Pero no existe.
Tim le colocó una mano en el hombro y se alegró al ver que el niño no lo rechazaba.
—¿Qué le ha pasado a tu padre?
—No lo sé —repuso con voz dolorida—. Hace mucho tiempo que se fue. Más tiempo del que puedo recordar. Le pedí un papá para que pudiera traerme un tren y jugar conmigo. Y hacer que mi madre dejara de estar triste. Pero no me lo trajo.
—Tal vez este año.
No sabía por qué, pero se sintió obligado a mostrarse optimista.
Pero el niño frunció el ceño.
—No. Nos hemos mudado.
—¿Y eso importa mucho?
El muchacho suspiró impaciente.
—Nos hemos mudado desde muy lejos. Aquí no conocemos a casi nadie. Todos los padres de nuestra manzana tienen ya hijos. Nosotros somos de Ohio. Y esto no me gusta mucho.
Tim era californiano de origen y le encantaba.
—California es estupenda.
—Aquí no nieva.
—Bueno, no, pero…
—Sé que Papá Noel no existe, pero me gustaba la nieve en Navidad —frunció aún más el ceño—. Este año hasta tenemos un árbol falso. Mamá dice que así resultará más barato —le tembló el labio inferior—. Ya no hay nada que sea real.
Hacía mucho tiempo que Tim no se sentía tan conmovido. Deseaba abrazar al pequeño y decirle que todo saldría bien si conservaba la fe en ello. Pero no podía sacar a un padre como por arte de magia.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
Robbie. Robbie Lekawski.
—¿Y qué haces aquí solo?
—No estoy solo. Mi mamá está por aquí.
—¿Por aquí?
—Se ha perdido —musitó el niño, mirando nervioso a su alrededor.
Tim cogió al pequeño de la mano.
—En ese caso, será mejor que la encontremos antes de que se asuste —dijo con gentileza.
—No debo hablar con desconocidos —musitó el niño, que no deseaba moverse.
Tim sonrió.
—Pero yo no soy un desconocido. Soy el representante en la tierra de Papá Noel.
—Ya te he dicho que no creo en Papá Noel.
—Eso no importa. Yo sí.
—¡Robbie!
Aquel grito de alivio hizo que Tim se volviera y empezara a buscar a la persona que lo había lanzado.
Siempre había sabido que era un hombre de una sola mujer. Aunque no la había encontrado todavía, no le preocupaba. Sabía que ella estaría por allí en alguna parte, que sólo era cuestión de tiempo. Algún día, sin saber cómo, cuando menos lo esperara, la vería y sabría que era ella.
Pero nunca había esperado encontrársela vestido de aquel modo.
Robbie, ¿dónde te has metido?
Laura Lekawski se arrodilló y abrazó a su único hijo. Tenía los ojos llenos de lágrimas. No sabía si llorar y estrecharlo con fuerza o reñirle por haberle dado aquel susto. En los veinte minutos que llevaba buscándolo, había imaginado toda clase de cosas horribles.
—Aquí. Hablando con él —dijo el niño, señalando a Tim
Laura miró hacia arriba y vio a Papá Noel, que le sonreía.

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