Hoy es un gran día!!!
Os deseo una muy feliz noche junto a todos vuestros seres queridos; mucho turrón, mucho alcohol (tampoco hay que pasarse), pero sobretodo muchas risas e ilusión.
Pero, entrando en el tema literario, hoy os traigo la segunda parte de la antología "Otras Historias para una Navidad" titulada "Noche de Paz" de Marie Ferrarella.
Publicada en la antología «Otras
historias para una Navidad» (Silhouette Christmas
Stories)
Título: Noche de Paz (1993)
Título Original: The night Santa Claus returned (1992)
Autor: Marie Ferrarella
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Internacional 87
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Timothy Holt y Laura
Lekawski
Sinopsis
Laura Lekawski no creía en Papá Noel. Su hijo, Robbie,
tampoco... hasta que lo conocieron, o al menos conocieron al Papá Noel de los
almacenes Mattingly's. Aquél era la clase de Papá Noel que podría hacer
realidad los deseos de un niño triste. Y de paso, hacer realidad también los
sueños de su madre.
Capítulo Uno
Había
algo extraño en aquel traje.
Al principio
no notó nada raro. Cuando el dependiente le tendió la caja, en su interior
parecía haber un típico disfraz rojo de Papá Noel de la talla 42.
Hasta
que no se lo puso no empezó a ocurrir. Al meter los brazos en las mangas y
cerrar la chaqueta, los recuerdos se apoderaron de él como en una oleada
mágica; una magia que se correspondía por entero con la visión que tiene un
niño de la Navidad.
Timothy Holt se miró en el espejo, se ajustó la peluca y la barba blancas y, al
hacerlo, hubiera jurado que olía a bizcochos de azúcar. Su madre siempre
preparaba esos bizcochos por Navidad. Había olvidado lo mucho que le gustaba
aquel aroma y lo especial que solía ser la Navidad para él. Especial y llena de
magia.
Gerald Lakewood echó a Tim una mirada nerviosa. El hombre lo había contratado menos de una hora antes.
—¿Tiene
bastante relleno? —preguntó.
Tim asintió
y se golpeó el estómago.
—Sólo
espero que no se suelte.
Gerald abrió
la puerta del vestuario. El ruido de los clientes llenaba la atmósfera de los
almacenes Mattingly's.
—Lo
único que tiene que hacer es sentarse y escuchar. Y sonreír al fotógrafo.
Tim empezó
a avanzar hacia el departamento de juguetes. Los niños con los que se cruzaba
le sonreían o le gritaban cosas. Él saludaba a su vez; una extraña sensación de
ternura se iba apoderando de él. Saludó a una niña que no podía tener más de
tres años y la pequeña abrió mucho los ojos encantada. Hacía mucho tiempo que
no se sentía tan contento.
Se
recordó a sí mismo que tenía trabajo. Aquello no era un capricho, sino una
investigación.
—Vamos,
siéntese aquí —dijo Gerald, señalando una silla enorme cubierta de terciopelo rojo y colocada en
lo alto de una plataforma.
A la
izquierda de la silla había una cabaña; delante de ella esperaban un elfo y su
cámara. Las fotos de los niños con Papá Noel costaban seis dólares.
Tim pensó
con un arranque súbito de tristeza que todo tenía un precio. Pero, si no fuera
así, él no tendría aquel trabajo.
—No sé
qué le ha pasado a Jack para marcharse así —murmuró Gerald—. Él ha sido nuestro Papá Noel durante los
últimos cinco años. Y no necesitaba relleno.
No,
pero sí necesitaba los trescientos dólares que le dio Tim para que dejara libre el puesto
sin avisar. Eso y la promesa de darle su salario habitual. A Tim no le interesaba el sueldo de la
tienda. Lo único que deseaba era hacer de Papá Noel allí.
—Apendicitis
—murmuró, inspirado.
Después
de todo, quizá Jack necesitara
aquel puesto al año siguiente. Y él sólo lo necesitaba durante tres semanas,
para terminar su análisis de mercado.
—Sí,
bueno —Gerald se
pasó una mano por la frente—. Ha sido una suerte que pudiera venir usted en su
lugar.
—Para
eso están los sobrinos —murmuró el otro.
Aquélla
era la excusa que le dio cuando apareció en el lugar del otro hombre.
Un niño
moreno se acercó a él y se soltó de la mano de su madre.
—¿Tú
eres el sobrino de Papá Noel? —preguntó muy serio.
—¿Yo? —Tim
tosió y bajó la voz hasta
adquirir un tono más grave—. No, yo soy el verdadero. Estaba hablando de mi
sobrino.
El niño
apretó los labios.
—No
sabía que Papá Noel tuviera un sobrino.
—Claro
que sí —le indicó que se acercara y Gerald se apartó—. Pero hablemos de ti, ¿vale? ¿Qué
quieres que te traiga?
Tim pasó
tres horas escuchando a los niños. La experiencia resultó ser diferente a lo
que había imaginado. Se sentía relajado, como si fuera en realidad el personaje
al que interpretaba en lugar del dueño de Empresas Holt, una firma de marketing que en sólo seis años había pasado
de ser completamente desconocida a convertirse en una de las líderes en su campo.
La compañía Juguetes Imaginativos lo había contratado para que averiguara qué
era lo que en realidad querían los niños y no sus padres.
Estaba
convencido de que había algo en aquel traje que le provocaba aquella extraña
sensación de euforia.
A medida
que pasaban las horas, la sensación se hizo más intensa en lugar de remitir. No
lo comprendía y, al final, dejó de intentar analizarla. Se sentía cómodo en
aquella silla de terciopelo esperando a los niños. Muy cómodo. Desde luego,
mucho más de lo que se sentía en su despacho. Los niños lo miraban con absoluta
confianza y eso le gustaba, como también le gustaba escuchar sus risas y oír lo
que deseaban encontrar el día de Navidad debajo del árbol.
Con
ayuda de su prodigiosa memoria, retenía el grueso de la información que
conseguía, catalogando bien las clases de juguetes que le pedían una y otra
vez. Los minutos se convirtieron en horas y, sumergido en la magia de su
trabajo, Tim perdió
la noción del tiempo.
Por eso
no se dio cuenta del momento exacto en el que se fijó en aquel niño rubio.
Cuando lo hizo, comprendió que el niño llevaba ya un rato allí, apoyado contra
un mostrador y mirándolo con aire de entendido. No podía tener más de seis años
y estaba solo.
Una
niña rubia, ataviada con un vestido de color rojo, saltó de sus rodillas,
convencida de que Papá Noel le concedería todos sus deseos. Tim se volvió para mirar de nuevo al
niño cuando sintió que alguien le daba en el hombro. La señora de Papá Noel,
que estaba allí para acercar los niños hasta él, le sonrió con amabilidad.
—Puedes
tomarte otro descanso, Papá Noel —le informó.
Los
niños que estaban haciendo cola lanzaron un gemido.
Tim se
levantó de la silla, bajó de la plataforma y se acercó al niño, que seguía al
lado del mostrador. El pequeño lo miró con ojos desafiantes.
—Hola
—sonrió el hombre.
Los
luminosos ojos azules lo miraron de nuevo y aquella vez casi había hostilidad
en ellos.
—Hola
—respondió.
Se
metió las manos en los bolsillos y se volvió con aire de enfado. Tim no pudo evitar preguntarse por qué.
—¿Sabes
quién soy? —preguntó, esforzándose por no sonar paternalista.
El
muchacho se dio la vuelta y empezó a examinar un camión de juguete.
—Sí, un
hombre disfrazado de Papá Noel.
Tim sabía
que era inútil intentar hacerse pasar por verdadero. El niño ya tenía una firme
opinión sobre el tema.
—Bueno,
él está muy ocupado en esta época, así que tiene gente que lo sustituye.
El
pequeño dejó el camión sobre el mostrador y miró a Tim con ojos de persona mayor.
—No, no
es cierto.
—¿No lo
es?
El niño
apretó la mandíbula.
—No. Él
no existe.
Tim se
inclinó hacia él.
—¿De
verdad?
El
pequeño le lanzó una mirada impregnada de rabia y dolor.
—Claro.
¿Es que no lo sabes?
—¿Cuántos
años tienes?
—Seis.
—¿Y no
crees en Papá Noel?
—No.
Pero
aquella vez hubo una sombra de duda en su voz.
Tim le
habló con gentileza.
—¿Estás
completamente seguro de ello?
El
pequeño volvió a meterse las manos en los bolsillos, como si aquello le diera
seguridad.
—Sí.
Tim no sabía
por qué proseguía la conversación. Quizá fuera el traje. O quizá era el hecho
de que no le gustaba ver a un niño tan pequeño sin esperanza.
—¿Y por
qué estás tan seguro?
El niño
respiró hondo.
—Porque
el año pasado le pedí un papá y no me lo trajo.
Tim se
acarició la barba pensativo.
—Un
papá es un pedido difícil.
El niño
levantó la barbilla.
—Para
Papá Noel no. Si existiera —bajó la voz—. Pero no existe.
Tim le
colocó una mano en el hombro y se alegró al ver que el niño no lo rechazaba.
—¿Qué
le ha pasado a tu padre?
—No lo
sé —repuso con voz dolorida—. Hace mucho tiempo que se fue. Más tiempo del que
puedo recordar. Le pedí un papá para que pudiera traerme un tren y jugar
conmigo. Y hacer que mi madre dejara de estar triste. Pero no me lo trajo.
—Tal
vez este año.
No
sabía por qué, pero se sintió obligado a mostrarse optimista.
Pero el
niño frunció el ceño.
—No.
Nos hemos mudado.
—¿Y eso
importa mucho?
El
muchacho suspiró impaciente.
—Nos
hemos mudado desde muy lejos. Aquí no conocemos a casi nadie. Todos los padres
de nuestra manzana tienen ya hijos. Nosotros somos de Ohio. Y esto no me gusta mucho.
Tim era californiano
de origen y le encantaba.
—California
es estupenda.
—Aquí
no nieva.
—Bueno,
no, pero…
—Sé que
Papá Noel no existe, pero me gustaba la nieve en Navidad —frunció aún más el
ceño—. Este año hasta tenemos un árbol falso. Mamá dice que así resultará más
barato —le tembló el labio inferior—. Ya no hay nada que sea real.
Hacía
mucho tiempo que Tim no se sentía tan conmovido. Deseaba abrazar al pequeño y decirle que todo
saldría bien si conservaba la fe en ello. Pero no podía sacar a un padre como
por arte de magia.
—¿Cómo
te llamas? —preguntó.
—Robbie.
Robbie Lekawski.
—¿Y qué
haces aquí solo?
—No
estoy solo. Mi mamá está por aquí.
—¿Por
aquí?
—Se ha
perdido —musitó el niño, mirando nervioso a su alrededor.
Tim cogió
al pequeño de la mano.
—En ese
caso, será mejor que la encontremos antes de que se asuste —dijo con gentileza.
—No
debo hablar con desconocidos —musitó el niño, que no deseaba moverse.
Tim sonrió.
—Pero
yo no soy un desconocido. Soy el representante en la tierra de Papá Noel.
—Ya te
he dicho que no creo en Papá Noel.
—Eso no
importa. Yo sí.
—¡Robbie!
Aquel
grito de alivio hizo que Tim se volviera y empezara a buscar a la persona que lo había lanzado.
Siempre
había sabido que era un hombre de una sola mujer. Aunque no la había encontrado
todavía, no le preocupaba. Sabía que ella estaría por allí en alguna parte, que
sólo era cuestión de tiempo. Algún día, sin saber cómo, cuando menos lo
esperara, la vería y sabría que era ella.
Pero
nunca había esperado encontrársela vestido de aquel modo.
—Robbie,
¿dónde te has metido?
Laura
Lekawski se arrodilló y abrazó a su único hijo. Tenía los ojos llenos de
lágrimas. No sabía si llorar y estrecharlo con fuerza o reñirle por haberle
dado aquel susto. En los veinte minutos que llevaba buscándolo, había imaginado
toda clase de cosas horribles.
—Aquí.
Hablando con él —dijo el niño, señalando a Tim
Laura
miró hacia arriba y vio a Papá Noel, que le sonreía.